Después de un día agotador, me recosté en el sofá, y mi madrastra se desató, anhelando masajear mi cansada espalda.Sin saberlo por ella, sus manos se divagaron hacia el sur, pastoreando mi abultada entrepierna.Rápidamente se retiró, fingiendo inocencia.Sin embargo, sus ojos hablaban volúmenes - un ardiente deseo de tocarme.Intrigada, la desafié a imaginar sus manos en mi pulsante hombría.Sus ojos se iluminaron con ansia, y podía sentir su turbulencia interior.Era una mujer casada, una suegra, sin embargo, no pudo resistir el atractivo de mi virilidad.Nuestro encuentro fue un baile tentador de deseos prohibidos, un testimonio de los instintos primarios que nos gobiern a todos nosotros.
